Alberto Soriano

En 1957, luego de la intervención peronista del gobierno y los claustros de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires, varios ingenieros agrónomos obtuvieron, por concurso público y abierto, la dirección de importantes cátedras de la Facultad. Uno de ellos fue Alberto Soriano, quien se hizo cargo de la Cátedra de Fisiología Vegetal. Los aires de renovación, en ese entonces, se acompañaban por la esperanza de que los nuevos profesores formaran escuela, es decir, dejaran una huella de profesionalidad, dedicación y esfuerzo en la enseñanza agronómica y la investigación científica.

En el presente, con la mirada vuelta hacia aquella época, puede decirse que Soriano no defraudó las expectativas, sino que, con creces, dejó un legado que causa admiración: una cátedra y un instituto en el que trabajan 75 personas, 40 profesionales que fueron sus alumnos y discípulos y que desarrollan estudios doctorales en todas las geografías del mundo, varias generaciones de alumnos que con él se educaron y la convicción en todos ellos en la necesidad e importancia del estudio de los procesos ecológicos.

Alberto Soriano se graduó en la Facultad de Agronomía (UBA) en 1942, con medalla de oro. Fue ayudante de la Cátedra de Fisiología Vegetal y Fitogeografia y, más tarde profesor en la Universidad del Litoral. Entre 1948 y 1956 fue técnico del Instituto de Botánica del Ministerio de Agricultura y Ganadería y, durante 1956 y 1957, Jefe de la División Ecología y Fitogeografía del mismo instituto. Finalmente, desde 1957 fue Profesor Titular de la Cátedra de Fisiología Vegetal y Fitogeografía en la Facultad de Agronomía (UBA). Este sería su lugar definitivo de trabajo.

Inicialmente, trabajó en botánica taxonómica bajo la supervisión del Ing. Agr. Lorenzo Parodi. Sus primeras exploraciones de la flora patagónica, en los ‘40, fueron motivadas por un objetivo estrictamente botánico. Estas culminarán en 1956 con la publicación de la primera descripción completa de la fitogeografía patagónica. Su interés por comprender los ecosistemas patagónicos se cristalizó no sólo en investigación de gran originalidad, que relacionó la estructura con el funcionamiento de las estepas patagónicas, sino también en algunas de las líneas de investigación que dirigió durante toda su vida: la economía del agua en las plantas y los procesos de germinación.

Durante 1950 y 1951, Soriano obtuvo una beca Guggenheim para trabajar en el Instituto Tecnológico de California bajo la dirección de Fritz Went. Durante la década del 60 consolidó su interes por estudiar las malezas de los cultivos desde una perspectiva ecofisiológica y ecológica. En los años 70 lideró los esfuerzos por caracterizar la productividad de los pastizales en Argentina dentro del marco del International Biological Program.

A principios de los ’80 lideró dos emprendimientos fundamentales en su carrera. El primero, el Programa de Productividad de Sistemas Agropecuarios (PROSAG) del CONICET, que funcionaba en la Facultad de Agronomía y reunía, principalmente, a un grupo de investigadores de la UBA y del CONICET. El PROSAG fue el antecedente del IFEVA (Instituto de Investigaciones Fisiológicas y Ecológicas Vinculadas a la Agricultura).

El segundo, la creación de la Escuela para Graduados en la Facultad de Agronomía, de la cual fue director hasta fines de 1997. También fue Socio Honorario de la Asociación Argentina de Ecología y Profesor Emérito de la UBA, fue Investigador Superior del CONICET, director del IFEVA y miembro de la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria (desde 1975) y de la Academia Nacional de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (desde 1981). El hecho que fuese miembro de ambas academias resalta uno de los aspectos más significativos de su trabajo: que partiendo de la Agronomía, haya realizado aportes originales y fundamentales a varias ramas de la biología.

En los últimos diez años de su vida, Soriano siguió trabajando sin descanso en la enseñanza y la investigación en ecología y ecofisiología. Con el ascenso del paradigma sustentabilista en la agronomía, Soriano renovó su prédica, iniciada en 1950, en favor del estudio de procesos ecológicos en el intento de llegar al diseño de manejos racionales de los agroecosistemas. Durante los últimos años volvió a las exploraciones de la flora patagónica: esta vez el objetivo era identificar y domesticar nuevas especies vegetales como alternativa productiva para áreas agropecuarias marginales.

Más allá de su labor profesional, quienes lo conocieron bien destacan al hombre privado, al Soriano íntimo: recuerdan su versación literaria (frecuentemente leía en el idioma original), sus amplios conocimientos musicales, su curiosidad por los fenómenos sociales o religiosos, históricos o actuales. Tenía también una gran energía para el trabajo, una curiosidad infinita por comprender los fenómenos de la naturaleza y una tremenda generosidad intelectual.

En un agasajo que se le realizó con motivo de sus 40 años al frente de la Cátedra, en noviembre de 1997, uno de sus ex- alumnos, Diego Herrera Vega, destacó estas virtudes con las siguientes palabras: «Alberto Soriano fue la persona que nos aplicó el freno que nos convertiría en hombres. Eramos, hasta ese momento, jóvenes algo rebeldes, como una tromba que se llevaba el mundo por delante. Fue Soriano quien nos enseño a mirar y entender, a leer en el interior de las cosas, a abrir el espíritu a nuevos horizontes, a pensar, a razonar, a escuchar la voz del silencio».

Se atesoran también algunas de sus palabras, que tiene un fuerte tinte autobiográfico (abril de 1993): «Dificultades no han faltado en mi vida. Como en todo lo que tiene que ver con la vida humana, es probable que el 50 por ciento de esas dificultades hayan provenido del medio, de cosas ajenas a mi, y el otro 50 por ciento hayan derivado de mi forma de ser y de actuar, de mis errores y defectos. En términos de balance, pienso que las facilidades y oportunidades superaron las dificultades. Dentro de mi modo de pensar y de sentir, puedo decir que la Providencia (otros dirán la suerte o el azar) me ha favorecido. Tengo una familia magnífica, hago lo que me gusta, nunca he padecido enfermedades seria y nunca he dispuesto de dinero que me tentara a caer en la estupidez del consumismo».

El profesor Alberto Soriano falleció el 20 de octubre de 1998.

(Estos párrfos fueron tomados con permiso de la página de la Facultad de Agronomía de la UBA. Se agradece a los Ings. Agrs. Rolando J.C. León y Martin R. Aguiar por su colaboración para la elaboración de este texto).

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